"Granos de uva en el paladar"
Hace poco se repuso nuevamente la obra teatral "Granos de uva en el paladar" y no quería dejar de recomendar esta pieza que trata con sentimiento y emoción la historia española desde 1932 hasta la actualidad desde la visión de los personajes que nunca aparecerán en los libros de historia.
Aprovechando esta situación quería compartir con ustedes la crítica que realizé sobre la obra para el Sitio ShowonLine a fines del año pasado.
GRANOS DE UVA EN EL
PALADAR
Por Gustavo Eduardo Rosatto
“Somos nuestra
memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de
espejos rotos."
Jorge Luis Borges
La memoria nos da vida, son todos
esos fragmentos que componen nuestra esencia, que recuerdan nuestros errores y
nuestros pesares. La memoria es necesaria, no es solo un pasado, no es olvido.
La memoria permite curar las heridas que afectan, pero que forman parte de una
cultura, de una nación. Negar la memoria quizás sea negarnos a nosotros mismos,
pensar el pasado es también construir un futuro.
“Granos de uva en el paladar” se
compone como un hecho artístico que indaga en la historia española desde 1931
hasta la actualidad, que se atreve a hablar de lo que muchos no quieren. Una composición
que revela la historia detrás de la historia, dándoles voz a personajes que no
son rescatados por los libros, aquellos condenados siempre al segundo plano, pero
que comparten el dolor de generaciones.
Una obra que se atreve a dar vida
a estos hechos, pero con una poesía y calidad que se adhiere a nuestro corazón,
que nos impacta y emociona. Una pieza que ningún amante del arte debe dejar
pasar, porque no sólo comprende a la innovación a la hora del relato, sino
también el sentimiento y la identidad de un pueblo.
La obra surge como una versión
libre de tres cuentos de Susana Hornos, quien oficia también de dramaturga y
directora en conjunto con Zaida Rico.
“Chusa, “Adelina” y “La uva en el paladar” son los tres relatos que interactúan
y se entrelazan para construir la narración. Se grafican así tres momentos, tres
recuerdos, tres fragmentos del espejo de la memoria. El primero vinculado a una
historia de amor, pero también de mandatos y del rol de la mujer en los tiempos
de la 2º República Española. La segunda, que se encuentra entre los fines de la
guerra civil y comienzos de la dictadura de Franco, con referencias al castigo
y al poder religioso. La tercera, que comienza en la actualidad, pero que
retrata un episodio de dolor, de muerte y de incomprensión ya en tiempos del
fascismo. Estos pasajes, reflejos de
dolor y de sufrimiento, aportan visiones que permiten la comprensión de dichos
procesos y el compartir la tristeza, más allá de tiempos y personas.
Para ello se nutren de diferentes
lenguajes artísticos, que involucran no solo la actuación, sino también la
música, el canto, la danza y la expresión corporal. Demostrando una amplia
formación y nivel cultural, reflejado esto por ejemplo en la representación de la imagen
del cuadro de Goya “Los fusilamientos del 3 de mayo”. Aportándole esa esencia
española desde los momentos previos a la función y durante la misma en la
música (de Gonzalo Morales) y los cantos flamencos.
Nadie mejor para contar esta
historia que este maravilloso grupo de artistas españolas, que dejan en el
escenario la vida. Una capacidad interpretativa y corporal magnífica que
permite la transmisión de las emociones
con devoción y sentimiento. Generando una conexión con el público que va
más allá de lo escénico, llevando esa ilusión teatral a una interacción directa
con el corazón de la audiencia. Arantza Alonso, Morgane Amalia, Lucía
Andretotta, Marta Cuenca, Clara Díaz y Ruth Palleja, todas se destacan,
componiendo a lo largo de la obra diversos personajes y climas, animándose a
combatir el silencio del olvido.
La puesta se nutre del
simbolismo, incluyendo el uso de distintos recursos que llevan a la
construcción de una experiencia única. La escenografía (Alejandro Mateo y
Chinthia Chomsky) permite en su sencillez la corporización de múltiples
momentos y sitios, apenas un lienzo rojo que cubre el escenario como permanente
recuerdo de la sangre derramada. Asimismo el diseño de un vestuario (a cargo de
Néstor Burgos) que permite la composición de personajes y eventos todo a partir
del mismo movimiento de las actrices, construyendo con la imaginación,
condensando lo poético en cada detalle de la puesta. El excelente y variado
diseño de iluminación (Mariano Arrigoni) con lamparitas que cuelgan sobre la
escena cómo ilusiones desgatadas y el juego entre la luz y la penumbra
generando pasajes que se ubican en un no lugar.
Destacar por último la gran
capacidad de dirección para conjugar todos estos elementos, diseñando
movimientos en escena que construyen lugares, develando gestos que dicen mucho
y componiendo una obra que ataca la medianía y los grises; y los destroza con
emoción, clase y jerarquía. Uno de esos fenómenos artísticos que consolidan un
goce estético pero que dejan mucho más en la mente y el corazón de los
espectadores.
Por Gustavo Eduardo Rosatto