miércoles, 18 de julio de 2012


AbriendoIdeas Relatos


 Condena Divina.

Por Gustavo Eduardo Rosatto

Una colina se dibujaba en el firmamento. Un lugar ajeno a las voces y a los sentimientos. Alejado del mundo se perdía en la infinidad, era tierra acumulada en años de desolación. Sin embargo había algo rompiendo la monotonía en la cima de aquel lugar, marcando el cruce entre la tierra y el cielo. Una silueta retorcida entre el polvo, algo que solo unos pocos catalogarían como un ser humano.

Sus brazos finos como ramas parecían quebrarse con el viento. El rostro era enmarcado  por cicatrices y arrugas que parecían componer la corteza de un árbol, con su vejez pero sin sabiduría. Sus ojos sólo se divisaban en los lapsos en que se corrían las matas de cabello desgastado por el tiempo y largo hasta la cintura.

En su pecho quemaduras del ferviente sol sobresalían en su piel cubierta de soledad y pasado. El dolor ya no le parecía un sentimiento, sino que componía su normalidad. Se movió hacia un costado y una cadena oxidada rodó revelando su vientre marcado por infinitas heridas que aún permanecían abiertas. La sangre brotaba en una hemorragia que no tenía fin.

Aún vivía y lo haría eternamente, condenado a ese castigo que era su existencia. Los dioses que un pueblo adoraba eran sus verdugos, cuya ley castigaba sólo a quien se atrevía a sobresalir. Su pecado fue soñar, aún más allá de lo que un ser divino pudiera. Creó vida, cultura y futuro. Robó el fuego a las divinidades para dárselo a los hombres, les dio la luz, pero también la destrucción.

Sin embargo todo eso no era más que una anécdota de lo que el Poder logra. Todo por lo que el luchó quedaba ya lejos, cubierto por la barrera del olvido y el implacable pasado. Inalcanzable para ese cuerpo que forzado a la agonía solo era cobijado por la ausencia.

Desde el cielo bajaron enviados por Zeus los custodios de su tortura. Águilas desgarraban su carne moviéndose con tranquilidad, reconociendo en ese hombre nada más que carroña. La figura se retorcía con violencia, hasta donde sus cadenas lo permitían. Con cada picotazo se iba un sueño cultivado en la felicidad, cuanto todavía valoraba su vida. Las aves gritaron al cielo y una lluvia respondió indicando el cese del tormento.

El tiempo se sucedió en lunas y soles de angustia, en esa rutina de condena.
En la distancia percibían sus oídos otra vez el llamado de la locura, consumado en aquellos graznidos que anunciaban el dolor. Sus ojos desorbitados y cubiertos de lágrimas no habían notado que las aves en el cielo no buscaban satisfacerse de agonía, sino que huían. Se alejaban hacia el ocaso escondido tras la tempestad que precedía al calvario. El viento comenzó a soplar con fuerza alejando la tormenta.

El sol esparció sus rayos despertando el esplendor del mundo y un haz de luz hizo relucir una gran espada que blandiéndose entre el temor quebró las cadenas creando un nuevo porvenir.

La tensión fue calma y la presión alivio. Una nueva sensación ingresaba en el pecho de aquel ser: la libertad. Se arrastró por la tierra esquivando a su salvador, sólo quería escapar de aquel destino que hace instantes resultaba eterno e irrevocable.

Se irguió tanto como su cuerpo lo permitía y avanzó. Su mente divagaba entre recuerdos cercanos y ausentes, pero sus ideas se evaporaban en una nebulosa. Sus heridas aún derramaban el elixir de la existencia, como repaso palpitante de lo que fue su vida.

Caminó hasta que ya no pudo distinguir el pasado del futuro. Vagó en la soledad y conoció todas sus caras. Intentó encontrar a alguien, pero más que nada buscó hallarse. Descubrir entre sus restos aquella estirpe y pasión disipadas cuando los grilletes se cerraron sobre su cuerpo. 


Prometeo vivió una nueva historia, buscando entre las tinieblas un destello que encienda en él y de cobijo a su existir. Intentó distinguir un sueño o una ilusión pero nada lo consolaba ni lo protegía. Era solo una sombra en ese mundo que se presentaba inmenso y resultaba a la vez tan limitado; donde todo fue y ya nada será.

Todo lo que él había creado, todo lo que había defendido se diluyó en la condena de los dioses, que cumplieron con lo prometido; su infierno era eterno y ya no había un cielo que imaginar.

                                                              Gustavo Eduardo Rosatto Copyright 2012





2 comentarios:

  1. Excelente Gus! Le sentí un aire borgeano, pero tiene tu sello.
    Abrazo!

    Nico

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  2. jajaja, no es demasiado. Gracias por el apoyo!!!

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