lunes, 30 de julio de 2012


AbriendoIdeas Teorías

Dejo un artículo muy interesante publicado en Ñ el 13/72012 en el que Anne Cauquelin desarrolla una reflexión profunda sobre el arte y su historia.


Pensar el arte


La célebre teórica francesa Anne Cauquelin reflexiona en su nuevo ensayo sobre creación, obra y espectador.

POR JOSE FERNANDEZ VEGA






Una vieja broma, atribuida a distintas fuentes, sostiene que la estética y la teoría del arte tienen tanto interés para los artistas y el público como la ornitología para los pájaros. Tomada en serio, la ironía implicaría tanto una crítica a las abstracciones excesivas en las que incurre la filosofía cuando se ocupa del arte como una afirmación de la espontaneidad del hecho estético.

En el arte, todo sería cuestión de inspiración y sentimiento; por tanto, cualquier especulación intelectual sobre él resultaría superflua. La objeción obvia a la que se enfrenta dicha actitud es que no deja de representar una posición filosófica entre otras. Sólo que, según ésta, para el espectador todo se resume en contemplación y goce personal.

Sin duda, la célebre filósofa francesa Anne Cauquelin rechaza la idea de que no haya nada que pensar.

Las teorías del arte se propone como una introducción (el último libro que hay que escribir, pero el primero que hay que leer, según un viejo profesor) al vasto tema de las concepciones filosóficas acerca de ese tradicional triángulo en cuyos vértices se encuentran la creación, la obra y el espectador.

La estrategia de la autora consiste en presentar algunas visiones cardinales que florecieron a lo largo de la dilatada historia del pensamiento occidental.

Sin sorpresas, el relato comienza con Platón y su, todavía hoy, polémica defenestración de los artistas en los famosos pasajes del libro X de su República. En su diseño para una ciudad ideal, Platón entiende que el arte resultaría perjudicial, puesto que trabaja sobre las apariencias, excita las pasiones y tiene un gran predicamento entre los inocentes observadores. Así, los ciudadanos de la ciudad utópica se verían inclinados al error y a la falta de moderación, y eso debilitaría las virtudes cívicas e intelectuales que quiere promover su filosofía.

Platón habría contribuido a una teoría ambiental del arte, dice Cauquelin, puesto que en su tiempo no se trataba de analizar obras o tendencias, sino de comentar una actividad para la cual ni siquiera existía todavía un nombre genérico.

En contraste, Aristóteles ofreció en su Poética una visión más desarrollada y específica, aplicada, ante todo, al teatro trágico. De acuerdo con Cauquelin, Aristóteles presenta una teoría conminativa, vale decir, una serie de preceptos acerca de lo que debe ser una buena tragedia (otros intérpretes rechazan que Poética contenga los dogmas que le atribuyeron más bien los lectores neoclásicos).


Más allá de la teoría


Dos milenios más tarde, Kant erigió un sistema en el que se defiende de manera articulada la autonomía artística, un tema que estaba siendo discutido en su época con distintos resultados, nunca tan contundentes como los que ofreció en su última gran obra, la Crítica de la facultad de juzgar. Allí se argumenta que la belleza se halla libre de las constricciones de la ciencia, la política, la moral y la religión.

Menos interesado en manifestaciones artísticas particulares que en la consistencia del edificio especulativo que estaba erigiendo, Kant, sin embargo, abrió un camino decisivo para la estética. Una generación después, Hegel brindó una aproximación histórica y una clasificación de las artes, y se mostró mucho más interesado que su predecesor en el análisis de obras concretas.

Ya en el siglo XX, T. W. Adorno produjo el último gran clásico de la disciplina, Teoría estética, vinculando sus reflexiones al entorno de las vanguardias y del alto modernismo del que fue contemporáneo. Adorno escribió que Kant y Hegel eran filósofos que todavía podían discurrir sobre el arte sin saber nada de él, pecado de arrogancia demasiado frecuente entre los pensadores.

Cauquelin agrupa a todos estos autores alemanes en la descendencia de Aristóteles, puesto que sus teorías son también, cada una a su modo, “conminativas”. En su breve libro, Cauquelin está obligada a ofrecer una selección. Los autores indispensables de la tradición están, desde luego, incorporados a la historia que relata, pero otra cosa es imaginar qué impacto pueden tener los apretados resúmenes de la autora en un lector no familiarizado con aquellos. En Las teorías del arte se suelen dar por sentados contextos doctrinarios y sus referencias al arte son muy escasas.

Con todo, Cauquelin reivindica una serie de teorizaciones periféricas a las que forjaron los filósofos, si bien pueden tener un impacto tanto mayor a las de éstos en el pensamiento vivo sobre el arte. Se trata, por ejemplo, de los escritos de los propios artistas, desde los de Leonardo hasta las autointerpretaciones un poco adocenadas (denominadas statements en la jerga internacional del negocio) a las que el mercado obliga a los artistas de nuestros días.

La crítica de arte se inició con los textos de Denis Diderot sobre los salones del siglo XVIII. Antes de entrar en el declive que se le recrimina en la actualidad, alcanzó un clímax de influencia con los dictámenes del estadounidense Clement Greenberg (1909-1994). Ella es objeto en este libro de unas consideraciones más sustantivas que los veloces acercamientos a las múltiples corrientes contemporáneas.

Mientras fenomenólogos o analíticos, semiólogos o hermeneutas siguen produciendo ensayos sobre el arte, éste continúa su camino (hacia al precipicio, según algunos intérpretes), indiferente, por lo común, a la gris teoría estética convencional, aunque, paradójicamente, siempre ávido de contactos con el pensamiento contemporáneo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario