miércoles, 6 de junio de 2012


AbriendoIdeas Relatos


Hoy les voy a presentar un cuento de mi autoría, espero que lo disfruten.


Naturaleza en vilo.

De Gustavo Rosatto   


El ciervo atravesó los arbustos con una velocidad penetrante. Esquivaba los obstáculos con precisión, con la certeza de quien conoce. De pronto un sonido ensordecedor detonó en ese monte desbordado de vida. La naturaleza se sacudió en el impacto de aquel disparo. El cazador se acercaba a su presa, mientras el ciervo intentaba huir con una herida en su abdomen. La bestia se arrastraba casi buscando piedad, pero al final cedió y cayó sobre un montón de hojas. El hombre apuntó su arma a la cabeza del animal descargando la sentencia.

Con el trofeo sobre los hombros fue alejándose de la profundidad del monte, dirigiéndose hacia la costa. Una sonrisa en su rostro contrastaba con el oscuro entorno que lo rodeaba. Había concluido su tarea, su misión, su vocación. Caminaba con la confianza de la victoria y fue esa confianza la que le impidió advertir la presencia que se le acercaba. El aullido del viento rompió la monotonía y el atardecer empezó su ritual. El cazador se acercó a su bote y depositó el botín. 

A sus espaldas se divisaba una silueta que lo contemplaba. Un hombre sin rostro, se erguía en el límite de la vegetación, no se percibían sentimientos en su accionar, sólo observaba sus movimientos. La calma del monte se transformó en tensión. La figura se acercó hacia el bote y se detuvo detrás del cazador que seguía compenetrado en su satisfacción. En un solo movimiento clavó una gran estaca de madera en su espalda, atravesándolo de lado a lado. Se regocijaba al ver cómo esa vida se escurría entre sus manos.

De pronto la naturaleza volvió a respirar y cubrió la atmósfera con sus sonidos. El asesino arrastró el cuerpo inerte por la playa sin dificultad y lo arrojó al agua.

Y la sangre corrió en aquel río de plata, barnizando la orilla en inacabados tintes carmesí, diluyéndose en su infinitud renovada por cada ola. Esa muerte fue calma para el hombre que observaba desde la costa. La estaca en su mano parecía formar ya parte de un pasado olvidado. Un rastro oscurecía la arena y las prendas del fallecido yacían desgarradas a lo largo de esa pequeña costa que sobresalía cómo una ilusión de aquél monte difuso. El cuerpo flotaba y su piel desnuda ya sin el brillo de vida iba contagiándose del color del agua.


Las gotas de sudor eran también pasado, ya nada importaba, pero cuál era ahora el futuro y qué era ese presente de no ser. El hombre pestañeó y empezó a caminar hacia la vegetación, volviendo al mundo. La paz era la única idea que ingresaba en su cabeza, nada de destinos o de recuerdos, sólo paz. Avanzaba por la espesura sin siquiera dejar una brisa. El monte no notaba su presencia y las hojas no se movían a su paso. No buscaba un camino, sólo avanzaba introduciéndose cada vez más en un follaje que parecía formar parte de él. Avanzó contra un grupo de arbustos y se quedó allí enredado entre las ramas, que lo fueron transformando y adhiriendo a su existencia. Y allí inmóvil, su sangre fue sabia y su mente la sabiduría de la naturaleza. Ya nadie perturbaría esa calma, ya ningún cazador rompería el silencio, y si alguien osara corromper aquel santuario de vida con la impureza de la humanidad, nuevamente despertaría al guardián.


Por Gustavo Rosatto (Registrado con Copyright 2012)



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