Titilando
Su imagen se reflejaba frente al espejo del cuarto
de baño. Los azulejos se veían quebrados, derrotados por el polvo que los
cubría. Las sombras reinaban en ese escenario, allí donde la única luz era una
lamparita que se asomaba desde la pared, pendiendo de unos cables cubiertos de
cinta negra.
Iba a empezar otro capítulo de rutina y su cuerpo
así lo sentía. A las ocho entraba a la oficina y tenía media hora para
afeitarse, cambiarse y salir. Tomó la hoja de afeitar del primer cajón y el
chirrido del mismo rompió el silencio. Agarró la espuma del estante. Mientras
se mojaba la cara se miró al espejo, aquél que una vez mostró un rostro joven y
alegre. De eso sólo quedaban recuerdos. Las marcas de los años vividos
dibujaban su rostro, alguna que otra arruga y una brisa blanca en su cabello,
para muchos sinónimo de sabiduría, para él de desgaste.
Observó con hastío que la lámpara había comenzado a
parpadear, se quedó mirándola fijo, casi en ritual. Su rostro no mostraba
sentimientos, solo concentración. Permaneció obnubilado frente a esa danza de
color que se daba frente a él. Sus ideas se arremolinaban y se le presentaban sin censura, sin la protección de la consciencia. Pensó que esa luz
representaba su vida. Sufriendo, luchando por sobrevivir y a la vez con ganas
de apagarse, de unirse a la eterna oscuridad.
De pronto vio su pasado, el brillo de su infancia,
el fuego de la pubertad y en cómo la vida va soplando para apagar esa llama que
en un momento parecía eterna. Hoy sólo cenizas. Sería el destino el responsable
de encauzar ese proyecto decadente en que se había convertido, o era sólo suyo
el dolor y también sus causas. Se había convencido alguna vez de que algo
llegaría, un amor, una idea, un sueño; y aguardó, hasta que esa misma espera lo
fue debilitando y carcomiendo.
La luz brillaba cada vez menos, quizás era hora de
huir, de dejar un cuerpo gastado y huir
hacia el infinito, pasar de materia a esencia y acabar con la angustia de
existir. Pensó en lo fácil que sería hacerlo, romper el espejo y desgarrar sus
venas con uno de los pedazos. Tan simple, tan cercano, pero evitaría eso el
suplicio o quedaría enfrascado para siempre en las tinieblas que lo aquejaban.
Un rayo de esperanza atravesó la tortura en su
mente, tal vez ese parpadeo era una señal, un envío divino, diciéndole que había
que continuar o un código oculto que esperaba a que él lo descifre. Nunca confió
demasiado en los dioses, no se sentía cercano a alguien que manipulara la vida
de otros a su gusto, incluso llegó a pensar que él estaba en la Tierra para
generar el equilibrio que los seres celestiales admiraban, estaba allí para contrarrestar
a esos hombres felices apreciados por el mundo.
Acaso su presencia no era más que una cuestión de contrastes.
Sin embargo intentó
creer con todas sus fuerzas, confiar aunque sea una sola vez en que el porvenir
le tendía una mano, pero las promesas no lo consolaban, no apagaban el dolor de
vida. Era tarde ya para sueños, su destino estaba escrito.
La realidad volvió a tomar el control y convirtió
las esperanzas en quimeras. De un golpe lo devolvió al camino de la razón, al
de esa lógica que su corazón en un rapto de locura quiso esquivar. Golpeó la
lamparita varias veces y ésta recuperó su constancia, era tiempo de continuar,
de volver a la costumbre y transitar de nuevo por ese mundo opaco donde su gris
predomina.
Gustavo Eduardo Rosatto, Copyright 2012
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